El potente terremoto de magnitud 8,8 que acaba de sacudir la península de Kamchatka, en el extremo oriental de Rusia, ha provocado una oleada de preocupación a nivel internacional. No solo por el impacto directo en la región del Pacífico, sino por las preguntas que estos episodios sísmicos reavivan cada vez que ocurren: ¿podría suceder algo así en nuestro entorno? ¿Está preparado el interior de Andalucía —y más concretamente la comarca del Alto Guadalquivir cordobés— para afrontar un seísmo de gran magnitud?
Aunque la percepción común es que esta zona presenta una actividad sísmica escasa o inexistente, la historia nos recuerda que no es ajena a los temblores de tierra. El caso más emblemático es el del Gran Terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755. Aquel día, el sismo más devastador de la historia moderna europea dejó sentir sus efectos también en la provincia de Córdoba y su entorno. En localidades como Montoro, el temblor fue descrito como largo y estremecedor, duró diez minutos y causó graves daños en viviendas e iglesias. Como respuesta espiritual y social, el pueblo instauró una Función Votiva perpetua y proclamó a la Virgen del Rosario como Patrona y protectora frente a futuros desastres. En Bujalance, la conocida torre inclinada de la iglesia de la Asunción —símbolo de la Campiña— sufrió importantes daños durante aquel terremoto, y aún hoy su geometría recuerda el impacto del evento.

Lopera, vivió una experiencia similar. Cartas de la época describen grietas en edificios religiosos, derrumbes parciales y un fenómeno atmosférico extraño: la turbidez del agua en los pozos y alteraciones en la luz del sol. En Cañete de las Torres, las autoridades de Córdoba registraron informes sobre el estado de los templos, en especial la estructura del castillo que sufrió daños Otras poblaciones como El Carpio, Pedro Abad, Villa del Río o Villafranca no disponen de documentación detallada, pero su proximidad geográfica a núcleos que sí reportaron daños hace probable que también se vieran afectadas. Villa del Río, por ejemplo, se ubica junto al Guadalquivir, cuyas aguas podrían haber experimentado alteraciones similares a las descritas en otras ciudades ribereñas.
Más recientemente, los datos del Instituto Geográfico Nacional permiten trazar una imagen clara de la sismicidad moderna en la zona. Entre 2019 y 2023 se han detectado microseísmos, especialmente en áreas como Pedro Abad y Montoro. En abril de 2023, se registraron tres pequeños movimientos sísmicos en tan solo ocho días, aunque todos fueron de magnitud menor a 2,1 y apenas fueron percibidos por la población. El terremoto más significativo del siglo XX en la provincia fue el de Espejo en 1985, con una magnitud de 5,1, y otro de 4,2 en Montemayor en 1996. No causaron daños, pero confirman que la actividad sísmica existe, aunque sea moderada.
Desde el punto de vista geológico, el Alto Guadalquivir se sitúa sobre una cuenca sedimentaria que, si bien amortigua las tensiones sísmicas, está rodeada por zonas con mayor potencial sísmico, como la Subbética, Jaén, o incluso la costa granadina. Las probabilidades de un terremoto de gran magnitud con epicentro propio en la comarca son muy bajas, pero la posibilidad de sentir movimientos provenientes de otras regiones es real, como ocurrió con el seísmo de 4,1 M registrado en Cazalla de la Sierra (Sevilla) en febrero de 2025, que se sintió también en Córdoba.
Así pues, aunque el riesgo de un gran terremoto en el Alto Guadalquivir no puede compararse con el de zonas como Murcia, Granada o Cádiz, no debe ignorarse por completo. Las autoridades deben mantener protocolos actualizados, planes de emergencia locales y campañas de información a la ciudadanía. La historia demuestra que los seísmos pueden aparecer cuando menos se espera. Y la pregunta, por tanto, sigue vigente: ¿estamos preparados?